Algunos creen en los horóscopos y otros no creen en nada. Cuánto hay de verdad en la verdad, desgraciadamente nadie puede decírnoslo. Y sin embargo, un horóscopo puede escribirlo cualquiera. Basta con que una persona olfatee una oportunidad para aprovecharse y ganar dinero con la fe de otra persona.
Eso es lo que es: fe. Así que también es una especie de religión. Y una vez que algo cae, al menos teóricamente, bajo ese nombre, nadie puede reírse de ello. En algún lugar del mundo, la gente también cree en un círculo o en un cuadrado. No hay pruebas de que los horóscopos, la adivinación o las profecías sean ciertas. Por eso se dice que hay que "creer" en ello. Hay que creer en aquello para lo que no hay pruebas materiales, que no podemos tocar y que podemos refutar. Por lo demás, sólo sabemos, y algunas cosas hay que creerlas.
No veo ninguna razón para limitar mis horizontes. Incluso me he tomado la libertad de poner el tarot, a pesar de que en otro tiempo fui un acérrimo opositor. Con la atmósfera y la emoción adecuadas, los hechos que escuché empezaron a cobrar sentido. Más bien fui yo quien los interpretó de forma adecuada, como tal vez quería que conectaran. Las cartas decían cuál era mi estado de ánimo actual, cuál el pasado y cómo sería en el futuro. De las tres, la última es la más importante, porque es el futuro lo que más interesa a la gente. ¿Por qué? Porque todavía se puede cambiar algo en el futuro, porque es interesante, porque está por descubrir. El presente y el pasado no cambiarán, nos digan lo que nos digan las cartas.
