- Madzia, por favor, habla, dime algo - durante las dos horas siguientes sigue la misma petición.
Todo empezó así: surgió un problema, una nimiedad que podía olvidarse en cinco minutos, bastaba con explicar el asunto, pero no pude decir ni una palabra, permanecí en silencio como bajo un hechizo. ¿Cree que no sabía qué decir? Al contrario, la respuesta daba vueltas y vueltas en mi cabeza, pero sabía que si decía una sola palabra, acabaría llorando, así que guardé silencio.
Nos perciben como maleducados, egoístas, surgen conflictos y nuestro círculo de amigos se va estrechando poco a poco. Personalmente, no me gustaría tener un jefe, un marido o un amigo que no me escuchara cuando surgen dificultades, ¡así que no escuchar atentamente a la otra parte puede tener consecuencias desastrosas! Los mismos resultados pueden derivarse de no hablar, o de no hablar con sinceridad. En los niños, el resultado puede ser una incapacidad para hablar en la edad adulta, un encerrarse en sí mismo, por lo que podría decirse que es paralizante; en el matrimonio, puede dar lugar a desacuerdos crecientes, sentimientos frígidos, cada vez menos contacto físico, en términos sencillos, la ruptura del matrimonio; y en el trabajo, suele conducir al despido.
También me gustaría plantear la cuestión de la elección correcta de las palabras. Las palabras pueden ser tan afiladas como una espada de doble filo, o tan suaves como la seda y tan dulces como la miel. Sólo depende de nosotros qué palabras utilicemos. Podemos utilizar palabras suaves y amables en cualquier situación; por supuesto, esto a veces supone un reto, ¡pero da resultados asombrosos! ¡Qué importante es que nuestras palabras sean como una tirita en las heridas, y no un cuchillo que las empeora! Sólo me queda hacerle la siguiente petición: ¡Querido lector, no olvide intercambiar sus pensamientos con amabilidad y delicadeza, pero con sinceridad!