La autora analiza el simbolismo de la obesidad en diferentes contextos psicosociales.
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A pesar del nivel cada vez mayor de conocimientos, concienciación, tecnología y diversas industrias que facilitan la salud y la delgadez, el número de personas obesas no deja de aumentar. Las consecuencias negativas de la obesidad no sólo afectan a la salud y a la forma física, sino también al bienestar y al funcionamiento psicosocial. Incluso cuando el exceso de peso corporal dificulta significativamente la vida diaria y se dedica un gran esfuerzo a su reducción, muchas personas son incapaces de alcanzar el peso deseado. Algunos experimentan la situación como algo completamente fuera de control y difícil de justificar lógicamente. Aunque se sabe que la obesidad en la gran mayoría de los casos se debe a un exceso de comida y a muy poca actividad física, no está claro por qué comemos demasiado a pesar de no sentir hambre y a veces incluso a pesar de tener aversión a comer. Tanto la medicina (por ejemplo, un mal funcionamiento de neurotransmisores como la serotonina o daños en el centro de saciedad del cerebro) como la psicología intentan encontrar la respuesta. Esta última, dependiendo del concepto científico adoptado, explica la obesidad en función de la relación con el entorno, las creencias anómalas, los conflictos internos, la relación entre el cuerpo y la psique, las interacciones en el sistema familiar o las influencias culturales.
Relación con el entorno
El proceso de aprendizaje consiste en adquirir nueva información y habilidades que faciliten el funcionamiento diario, proporcionen satisfacción y ayuden a evitar contratiempos. Esto también se aplica en el ámbito de la alimentación. A una edad temprana, la comida no sólo sirve para saciar el hambre, sino que se convierte en un símbolo: de placer, seguridad, aceptación. Cuando un bebé por alguna razón se siente mal y grita a su madre, que en respuesta le abraza y le da de comer, el niño pronto empieza a asociar la comida con un estado emocional agradable. Esta asociación se refuerza posteriormente a lo largo de la vida, cuando, por ejemplo, se le da chocolate al niño como recompensa, se le lleva a tomar un helado como consuelo o, al celebrar un acontecimiento importante, va a comer pizza con sus padres. Los adultos también utilizan la comida como símbolo positivo cuando, por ejemplo, regalan a otros una caja de bombones como muestra de su afecto, preparan un plato especial para alguien cercano o piden un helado para hacer más agradable una reunión social. Incluso ciertas actividades acaban asociándose a un alimento concreto, por ejemplo, las palomitas con ver una película, el chocolate con hacer ejercicio. De este modo, se forma un hábito. Cuanto más dura y mayor es el placer que lo acompaña, más arraigado se vuelve. El comportamiento deja de ser el resultado de una elección consciente y se convierte en una actividad automática que a veces resulta incluso difícil de controlar. En este caso, cambiar de dieta puede parecerse a liberarse de una adicción, como fumar.
Conceptos erróneos
La forma en que uno piensa sobre sí mismo, sobre los demás y sobre el mundo afecta no sólo al bienestar de una persona, sino también al tipo y la calidad de las acciones que emprende. Las creencias pueden basarse en el conocimiento y la experiencia adquiridos, o pueden derivar de opiniones comúnmente aceptadas. Las creencias sobre la propia apariencia, la comida o la obesidad, condicionan significativamente los estilos de vida, incluida la alimentación.
Hay una serie de dichos y proverbios en la conciencia pública que pueden dificultar el mantenimiento de una figura esbelta y fomentar un peso corporal excesivo. Algunos ejemplos son: "más vale panadero/masajista que médico", "el pan no se tira" o "no digas que no cuando te sirvan". Los refranes coloquiales también pueden referirse a la apariencia preferida, por ejemplo: "un niño bien alimentado", "se ve que te va bien" o "una mujer debe tener algo para sentarse y algo para respirar". También en la historia de una familia concreta puede haber mensajes alimentados sobre lo que es deseable y lo que no en el ámbito de la apariencia y la alimentación, por ejemplo, "tenemos huesos gordos en nuestros genes", "las mujeres de nuestra familia siempre han sido gordas", "en nuestra casa no se desperdicia la comida". Las creencias también pueden estar relacionadas con las preferencias individuales, por ejemplo, "no puedo vivir sin dulces" o "trabajo duro y necesito comer adecuadamente".
Teniendo en cuenta estos factores, un tratamiento eficaz de la obesidad debería incluir el reconocimiento y posterior cambio positivo de las creencias arraigadas sobre la comida y uno mismo.