Algunas personas probablemente recuerden cuando eran niños a sus padres amenazándoles con las palabras "si eres travieso, irás a un orfanato". La amenaza no era más que una amenaza, pero ¿es realmente culpa del niño que lo metan en un orfanato?
La vida en un hogar infantil tiene un enorme impacto en la psique de los jóvenes. El establecimiento de vínculos afectivos duraderos y fuertes con otras personas se ve perturbado. Esto se debe a menudo a la excesiva rotación de antiguos alumnos en el hogar infantil y a la falta de personas en las que se pueda confiar para compartir tanto la tristeza como la alegría. Los recuerdos y experiencias desagradables afectan a la confianza en sí mismo. El niño acogido se siente inferior a otros niños en la escuela. La frecuente malicia de sus compañeros agrava su baja autoestima. En resumen, los hogares infantiles no son algo bueno que les ocurra a los niños en la vida. Sólo causan daño y distorsionan a los niños, privándoles de los sentimientos y valores más preciados que enseña la familia.
Los niños se vuelven desconfiados, indefensos e incapaces de hacer frente a los problemas cotidianos en la edad adulta porque nadie les enseña a hacerlo. Tampoco tienen buenos modelos de comportamiento. Polonia es actualmente uno de los pocos países de Europa con grandes orfanatos. En otros países europeos ya se han suprimido los orfanatos o se ha reducido considerablemente el número de niños que pueden criarse en ellos.
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En el Reino Unido y Noruega, por ejemplo, los niños sólo van a familias de acogida, que ofrecen a los niños experiencias más positivas. Las familias de acogida se centran en un niño en particular. En ellas es posible encontrar el calor y el amor de una familia perdida.