A los niños les encanta la comida de los populares establecimientos de comida rápida. La comida rápida tienta con su sabor, su aroma, su colorida caja o el juguete que la acompaña. Al sucumbir a la persuasión de un niño pequeño de ir a un restaurante a por otra hamburguesa, en realidad no sólo les estamos enseñando hábitos alimentarios poco saludables, sino que también estamos perjudicando su salud. Por otro lado, cuanto más prohibamos a los niños comer patatas fritas y perritos calientes, más disfrutarán de la fruta prohibida. El "terror alimentario" no es aconsejable. ¿Existe una solución más sensata?
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